La orilla de los mares





Se acercaron y le preguntaron:
- ¡Oye, ¿quién eres tú?!
Días atrás se pusieron de acuerdo para indicar quién tomaría la palabra.
- ¡Ea, decidnos tu nombre! ¡No te queremos hacer daño! ¡Venid con nosotros!
¡Te daremos algo de comer!
No obtuvieron respuesta. Uno, que llevaba escondido un revólver por si las
cosas salían de control, se acercó más que todos; casi podía verlo a los ojos. Le dijo:
- ¡Oye, en verdad nada malo va a pasarte! Sólo que durante meses te hemos visto pasar por aquí, por la orilla de este mar. Los pescadores te han visto en otras costas, sabemos que algo te traes por acá. Dinos quién eres, si no eres sordomudo,
tú que sólo andas por la orilla de los mares.

A lo lejos se iba aglutinando el gentío. Apenas se lograba distinguir la voz humana entre el sonido de las olas. El extraño no parecía dar signos de conversación; uno hablaba agitando las manos y éste se remojaba los pies en el agua viéndola ondular.
Rendido, el hombre con revólver regresó con los suyos y explicó lo sucedido.
- No hace caso de palabra.
- Lo mejor es que lo dejemos en paz.
- Agarrémosle por fuerza y que confiese quién lo manda a nuestra tierra.
Hubo discusión, murmuraciones, agitación. En eso el desconocido comenzó a
caminar hacia el poniente, otra vez por la orilla del mar. Ya nadie quiso detenerle; ya nadie habló de él, que nunca habló. 

De La orilla de los mares ©