Cementerio desnudo




Febrero 3
Las grandes ideas suceden caminando. No sentado. Menos frente a esta mesa. 

Febrero 16
Decidí escribir un diario. Lo decidí nadando y después de nadar caminé y olvidé que escribiría algo. Ahora probablemente he llegado, he colgado mi traje, mi gorrito y mi toalla en una cuerda bajo el sol y no he tenido nada mejor qué hacer.
Me dije en la alberca que lo escribiría a luz de vela, por las noches, al término del día, como para ponerle play a la película que empieza a las siete u ocho de la mañana y termina pisando la madrugada. Hacer descripciones amenas sobre los sucesos en los cuales he estado implicado (qué mal escribo, dios mío, como si fuera un noticiero). Comentar mi vida. Leerme a mí mismo hasta quedarme dormido. Seguramente eso pensé en las primeras vueltas de 25 metros de agua con meados y mocos, allí donde siento que llevo miles de horas nadando y no puedo más. Pero no tengo drogas ni nada reconfortante fuera de la piscina por lo que sigo nadando hasta que empieza a gustarme y hoy me gustó tanto que hasta se me ocurrió escribir un diario, yo creo que para venir y contarlo.
Por supuesto que no soy un gran nadador, ni siquiera puedo echarme un clavado, aunque tampoco entro por las escaleritas como hacen las señoras que van a flotar como ranas. Lo que hago yo es ponerme al límite, en el punto intermedio entre el agua y el asfalto. Cierro los ojos, cuento hasta diez y al séptimo o al octavo pego un brinco y me sumerjo como un suicida. Eso hago yo y suena bien escucharme decirlo. O sea que no me arrepiento. O sea que no hay velas ni es la medianoche, pero el calor es asfixiante y estoy bebiendo un yogur de mango que preparó mamá. Le digo mamá porque le gusta que así le diga. No por su nombre, nunca por su nombre porque trabajo le costó parirme, así dice. Yo no me imagino qué es parir a un hijo.
La gente se pregunta por qué renuncié al trabajo (gerente de compraventas en una galería de arte muy exitosa), por qué me separé de mi mujer y regresé a vivir a mi ciudad natal. Son ese tipo de preguntas las que me tienen tanto tiempo metido en el agua. Pero para mí la respuesta es sencilla: mi vida era una mierda. No es fácil decirlo en público, ojalá lo fuera. En primer lugar, porque sus vidas son muy parecidas a lo que dejé allá atrás; en segundo, porque les molesta la palabra mierda y les molesta más la mierda misma. 
 
Febrero 18
No hago gran cosa ahora, es cierto. Lo bueno de no tener hijos y sí tener mucho dinero es que puedes no hacer gran cosa a los cuarenta años.
Mamá dice que vaya a psicoanalizarme. Como ve que no me llama mucho la atención intenta sorprenderme con que pueden descifrar mis sueños. Seguramente ha visto que escribo algunos de mis sueños en una libreta. Seguramente ha abierto mi libreta. Ojalá y no; se asombraría. La otra vez, por ejemplo, soñé que ella, un señor parecido a mi padre y yo estábamos desnudos en la sala. Yo sentía una vergüenza terrible porque creía que algún vecino se asomaría. Seguramente es el tipo de sueño que te convierten en un condenado edipo, aunque sólo mirábamos un programa de insectos en la televisión.
Recientemente he soñado con el mar, con desconocidas que me besan, con aviones que aterrizan en medio de la ciudad o explotan en el aire, con vasos de vidrio que se caen de las mesas y truenan contra el piso, con personas de traje y corbata que vienen a matarme. No sé qué podría decirme alguien por más doctor de psicología de Harvard si ya todo está dicho. Y bien. Que las mujeres son un bonche de deseos, sí, despierto muy excitado. Que el avión es la condición desarraigada de mi mente ¿y por qué no? Que si vienen a matarme es porque tengo miedo de morir. No es miedo. Es terror. Duda. 

Febrero 27
Me he encontrado a un amigo de la infancia en el mercado. Se llama Máximo y la verdad es que nunca fuimos tan amigos, pero tampoco me caía mal. Estuvimos juntos los primeros años de primaria. Lo reconocí enseguida por su enorme rostro de piedra. Apenas lo vi fui a su encuentro. Hablamos poco. El griterío nos cortaba la conversación pero quedamos que pasaría a su casa.
Por la tarde fui. Máximo se hizo filósofo darketo. Da clases en una preparatoria, con lo que paga la renta. Además enseña clases particulares de guitarra. Pensé en tomar clases de guitarra, pero no se lo dije. Lo pensé muy rápido y él me estaba enseñando su colección de discos de rock y metal y estaba muy emocionado como para que yo lo interrumpiera. Le pregunté si sabía algo de nuestra generación. Paulo trabaja en el senado; Raquel dama de compañía; Agustín redactor de periódicos; a Toño le diagnosticaron cáncer y luego de unos meses se suicidó. De todos los demás no sabe.
- ¿Y tú qué haces? -me preguntó.
- Soy un empresario que invirtió todo su dinero en un precipicio -le dije. Y se rió. Hace mucho que no escuchaba una risa así, tan metalera. Me prestó unos discos, no de metal (se dio cuenta que no iba a ser lo mío), sino de “rock clásico”, y me dijo en qué segmentos tenía que prestar toda mi atención. “Apaga las luces, si es necesario. Y si es de día, pide a tu madre que no te moleste”. No sé por qué piensa que mamá me molesta. Será que ya lo psicoanalizaron. 

Febrero 30
Este día no existe. 

Marzo 14
Es cumpleaños de mi hermano. Así es que mamá y yo comimos un pastel de chocolate en su memoria y estuvimos tristes todo el día. Como es domingo, mamá estuvo en casa e hicimos cosas juntos. Lo más bonito fue regar el jardín y vaciar la tierra y llevar las azaleas de un lugar a otro. Luego mamá echó alpiste en el piso y nos sentamos a esperar. A mamá ya la conocen, pero a mí me tenían reservas: al fin llegaron doce pajaritos. Traía puesta una gorra negra de mi hermano que encontré en su antiguo armario y mamá lloró en silencio y hubiéramos querido gritar o pedir auxilio pero nos quedamos viendo a los pajaritos comer alpiste. Nos levantamos y cada quien se fue a su cuarto. 

Marzo 23
Me llegó una carta de mi ex esposa o esposa; todavía no nos divorciamos, la verdad. Eran cinco páginas de quejas y protestas. No estaba de acuerdo con ni una sola de mis acciones. Estaba remarcado ni una sola y otras frases más. Quizás por eso decidió enviarme una carta y no un mail (o tal vez me envió varios mails y no los he visto). Era notable el vigor que había ejercido la pluma sobre la hoja, en algún momento agujereada. Al principio no quise responderle. Luego le escribí: “yo no estoy de acuerdo ni conmigo ni contigo”. 
 
Marzo 28
Hoy nadé como un imbécil. No quería abrir los ojos y a cada rato me estrellaba contra la pared o contra las boyas que dividen los carriles. Una instructora se acercó a preguntarme si todo estaba bien. Su cara y su cuerpo estaban bien así es que le dije que sí, que todo estaba bien. Luego pasé a la preparatoria donde da clases Máximo. Como aún no salía me senté a esperar en el patio. Se escuchaban los murmullos de los adolescentes. Uno de ellos salió y vino a sentarse conmigo.
-­‐ ¿Tú quién eres? -me preguntó.
-­‐ Máximo -le dije.
-­‐ Máximo es nuestro maestro, no puede haber dos Máximos al mismo tiempo en

el mismo lugar, imposible.
-­‐ Entonces soy Pedro.

-­‐ Está bien, Pedro. Yo me llamo Antonio. -­‐ ¿Y no estás en clase?
-­‐ No, fui al baño.
-­‐ Ah, ¿estás meando?

-­‐ Si no salgo me enfermo de aburrimiento. -­‐ ¿Tú crees que el aburrimiento enferma? -­‐ ¿Tú no?
Un maestro pasó por ahí, Antonio se paró discretamente y se fue. Minutos después salió Máximo y nada más me vio vino a saludarme. Parece que sus alumnas le quieren; llegó con tres muy jocosas, como si no pudiera quitárselas de encima. Una bastante bonita, de ojos cafés y pelo lacio. Escuché que su nombre era Salomé. Máximo me dijo que lo acompañara a un café cerca de la escuela. Tenía que dar otra clase una hora más tarde así es que pudimos desayunar y todo. Él pidió molletes y yo waffles. Cuando llegaron se me antojaron más sus molletes que mis waffles, pero ya qué le iba a hacer. No sé qué cosas dijimos al principio, me quedé pensando en Salomé, realmente es una chica muy bella, con esa clase de ojos que alumbrados por el sol te deshacen seas quien seas. Preguntó por sus discos. La verdad es que no están nada mal sus discos. Me gustaron Mind Games de Lennon y Exile de Rolling Stones, esos ingleses. Me atreví a preguntarle si no quería enseñarme a tocar la guitarra. Me dijo que necesitaba una guitarra y le dije que eso no era problema. Tampoco fue problema invitarle el desayuno, lo aceptó con júbilo; seguramente ya sospecha que lo que gané en los últimos años será siempre más que lo que él pueda ganar en toda su vida. ¿Cómo el dinero no va a ser una cochinada si Máximo que es un mucho mejor tipo que yo apenas puede pagar su renta? Me dijo que cuando terminara de escuchar los discos pasara a su casa por otros. Bromeamos sobre su colección de discos y libros interminable y así como estuve pensando en Salomé, también he estado pensando en lo interminable. En lo que no termina. En lo que no tiene ningún final. ¿Habrá algo así?, ¿habrá algo que no termine?, ¿habrá una alberca, por ejemplo, que no tenga fin y en la que pueda no golpearme la cabeza? Qué preguntas más huevonas, la verdad. 
 
Marzo 29
Hoy se me ocurrió algo increíble. Era tan increíble y lo olvidé. ¿No es lo peor que te puede ocurrir? Es decir, no todos los días se te ocurre algo increíble, a menos que seas un descerebrado como Einstein o Mozart. Y que se te ocurra y se te olvide es como para morirte gritando de desesperación. Vendería mi auto por recuperar mi idea. Le conté esto al señor de la tienda y me dijo que seguramente era cualquier cosa. Qué consuelo. Lo peor es que surtió alivio, ahora puedo retener mi auto y hablar tranquilamente con mamá, que ahora mismo me pregunta si estoy escribiendo una carta.
- Sí, es una carta. Desde hace mucho debo esta respuesta.

Marzo 31
Renté una película: Invasiones bárbaras. No me quedé dormido. Es decir, me gustó. Me acordé mucho de mi padre. No tengo innumerables recuerdos suyos pero algunos tengo. Sobre todo me acuerdo cuando me llevaba a la escuela; esas cinco o seis cuadras que marchábamos juntos; ese puesto de periódicos donde compraba su Universal y yo veía las portadas de revistas cómics y de mujeres desnudas. Siempre me decía grandulón. ¿Nos llevaríamos bien si siguiera acá?, ¿entendería que renuncié a mi vida?, ¿pensaría mal de mí?
De camino al blockbuster escuché en la radio del auto que los musulmanes mataron a una mujer por ser infiel a su marido muerto hace diez años. Que en el país hubo cuarenta y dos asesinatos ligados a la guerra entre el gobierno y el narco. Que setenta indocumentados fueron masacrados en el sur. Que en Guanajuato, una ciudad que les encanta a los turistas, una mujer fue encarcelada por abortar en condiciones de miseria y desnutrición. Que hay ocho millones de jóvenes sin estudios ni chamba. Que treinta y dos mineros de Chile se quedaron atrapados a quinientos metros bajo tierra. Que millones de pakistaníes morirán bajo el agua. Que un joven declaró contra un cura por abuso sexual.
Sucedió entonces, pero esto fue después de ver la película, en la noche, en el vestidor de la alberca, que me imaginé viviendo en una cárcel por el resto de mis días y que en esa cárcel estaban la mujer indígena que habían abortado (en la celda número 450), la mujer musulmana infiel a su marido (451), los trabajadores que se habían sublevado (452 a 470), los asesinados en días recientes (470 a 615), los mineros (616 a 634), el jovencito violado (635) y etcétera. Y estábamos todos ahí, llenos de moscas y guardias felices. Y a lado mío (636, capicúa) estaba Françoise Hardy (637, no capicúa) cantando esa canción con que termina Las invasiones bárbaras. Y yo le decía:
-­‐ Françoise, ¿quieres casarte conmigo? Es decir, tú eres linda y yo sufro, tú me cantas cada noche y yo te levanto a besos de la cama.
Salí de la alberca y noté que había olvidado mi toalla. También la instructora lo notó y entonces me condujo a una bodeguita donde me prestaría una. La sacó de un estante y me pidió, entre risas, que me quitara el traje de baño para secarme. Se arrodilló y me chupó el pene volteando de vez en cuando a la puerta a ver que no entrara alguien. Que me maten a mí, hombre débil. La cárcel no fue disuelta ni liberados los presos pero se fue llenando de gemidos, de manotazos en el aire y de muslos que escurrían. 

Abril 3
Estoy enfermo. Ayer dormí poco y mal. Debo tener fiebre. Me gustaría mirar mi alma como los estudiantes de medicina inspeccionan las glándulas, los músculos y los cuerpos muertos. Me gustaría ver con unos lentes especiales dónde está su hendidura. Y preguntarle cosas.
Mamá está en la cocina, preparando consomé de verduras y milanesa de pollo, es tan cuidadosa en todo lo que hace. Aún cuando mi padre murió permaneció serena, llorando serenamente, mirando serenamente, cuidándonos a mí y mi hermano con un tacto incorregible. Voltea a verme, se sonríe, ¿sabrá qué pienso?
- ¿Cuántos años tienes?
-67 –dice- se me olvidó decirte que llamó Máximo, le dije que amaneciste mal, me preguntó si estaría bien venir a verte.
- ¿Y qué pasó?
- Pues se cortó la llamada y ya no volvió a llamar, pero seguramente viene, ya hace días que no se ven, yo me acuerdo de él cuando era niño...
Me siento tan quebrado. Allí, frente a mi alma, podría preguntarle: Oye, ¿qué te pasa? Y averiguar algo. 

Abril 7
Mamá está muy preocupada. Las últimas tres noches, fiebre intensa, me ha oído llorar y de qué modo. Ya no dice que vaya a psicoanalizarme, ahora reza. Mientras lloro como un escuincle, desde su habitación llegan rosarios.
Quiero reescribir la historia. Quiero agarrarla de patitas y darle la vuelta.
“Hay que terminar con toda esta locura”, dijo Modigliani un instante antes de morir y fue tan claro y conciso que todos pensaron que se refería a otra cosa. Todos piensan que las cosas no son las cosas en sí mismas sino que se refieren a otras, y esas otras cosas no son ellas en sí mismas sino que, a su vez, se refieren a otras más. Y esta terquedad sí parece interminable. 

Abril 8
Pasé a ver a Máximo a la prepa. Le dije que nos fuéramos de viaje en semana santa. Me miró ingenuo, como un niño.
-­‐ ¿Y a dónde quieres ir? -preguntó.  
-­‐ Pues todavía no sé, pero algo se nos ocurrirá, nos vamos en mi coche, unos días.
A la salida, en un pasillo mal iluminado, encontré llorando a Salomé, con la cabeza metida entre los brazos como avestruz. Me senté a su lado, me miró con un ojo café y le dije:
-­‐ Tú con esos ojos que parecen mariposas. Tú tan linda no tienes que llorar por nada. Vete por un papel y límpiate esos mocos.
Ni siquiera pude sonreír de lo rabioso que estaba. Me paré y me largué. Siempre da un montón de coraje que a esa edad en que se tienen tantas ganas de vivir se ande sufriendo y lamentando. 

Abril 9
Máximo me prestó discos de Farka Touré, Ryuichi Sakamoto y Chico Buarque.
- Será diferente pero no deja de ser rock clásico.
Al parecer su concepto de rock clásico es bastante amplio. Volvió a pedirme concentración y buen volumen.
-­‐ Tampoco es que te tengas que lastimar los oídos, pero lo que quiero es que no te salgas. Con Sakamoto no pienses mucho y si te pide que no parpadees pues no parpadeas; si Farka te hipnotiza y sientes que te estás muriendo es sumamente normal; si pones Gota de Agua, Cálice o Pedaco de Mim de Chico y crees que te está diciendo algo de vida o muerte pues en vez de ponerte a temblar de miedo te buscas la traducción de las letras y comprendes lo que dice, ¿estamos?
Ayer soñé que estaba en el cine con mi ex-mujer o mujer y mi hermano. Estábamos viendo una película donde aparecía un tsunami descomunal y aunque los efectos visuales eran bastante atractivos no me lo creía. Casi lloraba de pena por la exageración. Pero me callaron porque al público sí le estaba interesando. Así es que no me quedó más remedio que mirar y miré. En el inmenso mar que se movía salvajemente había dos pilares muy sólidos; en sus puntas había unos círculos con astas. Entonces me levanté. Me despedí de mi ex mujer que pesaba treinta kilos demás y al despedirme de mi hermano le pregunté si no estaba mal salir desnudo a la

calle. Él me decía que estaba bien, muy bien, muy bien, ah sí, qué bien, y no paraba de afirmarlo.
Le conté mi sueño a Máximo. Me dijo que le sonaba conocido. -­‐ ¿Ah sí?, ¿de dónde?
-­‐ Espérame, espérame. Claro, don Bosco. Mira, ven, por acá lo tengo.
Sacó un libro entre todos los que tiene y me leyó. Era un sueño del tal Bosco donde, en una batalla entre barcos, aparecen dos pilares del mar para defender a un bando de otro, o eso entendí. Y en un pilar aparece la Virgen María y las palabras Auxilium Christianorum y en el otro una hostia y unas palabras que ya no recuerdo.
-­‐ ¿Es normal eso?, ¿que un sueño se repita? –pregunté.
-­‐ Bueno, hay quien postula un inconsciente colectivo, o sencillamente la existencia de temas psíquicos que se repiten, independientemente del espacio y tiempo.
-­‐  Pero es una imagen de dos pilares en el mar, ¿se puede considerar eso un tema? 
-­‐  En este tipo de imágenes siempre hay depositado un tema.  
-­‐  ¿Y lo de la virgen?, ¿tú eres religioso? 
-­‐  No lo soy, pero no estoy de acuerdo en desechar todo lo creado por la religión. Estoy con Nietzsche en que el último cristiano fue clavado en la cruz, pero ha habido santos y pensadores católicos bastante inteligentes. Y no digamos los orientales, tan arrojados desde siglos.
 -­‐ ¿Y en Dios?, ¿crees en Dios?  
-­‐ Ah, esa pregunta siempre me la hacen mis alumnos. Lo que les digo es que son ellos los que deben preguntarse si creen en Dios, y si quieren o no creer en Dios, empezando por una sencilla cosa: qué te imaginas o sientes que es Dios, a qué cosa llamas Dios. Está bien que creas en Dios pero define qué es Dios, pueden ser tus zapatos, tu proyecto de vida, alguien a quien amas, un árbol o el típico viejo barbón sentado en un trono celeste. O puede ser todas las cosas juntas, aunque eso es algo que difícilmente podemos abarcar, ¿no crees? Yo no creo en Dios, yo creo en algo grande que se cae, en algo que es perfecto y se equivoca. Yo no creo en Dios, yo creo en la paradoja. 
Aún no sabemos a dónde ir, pero el martes nos vamos. 
 


Abril 10
¿Cómo es ese viaje que en el fondo uno siempre imagina?, ¿cómo debe ser?, ¿por dónde ir?, ¿cómo caminar?
Sobre todo esto último: ¿cómo caminar? 

Abril 11 y madrugada del 12
Fui al cementerio después del desayuno. Creí que sería extraordinario. Llegué, di varias vueltas en el coche a los pastos con lápidas, me estacioné, bajé, caminé, encontré el sitio de mi hermano, me quité mi camiseta (una camiseta gris sin letras ni imágenes) y cubrí su lápida. Creí que me echaría a llorar pero la verdad estuve bastante distraído. Miré otras lápidas, me fijé en las fechas en que habían muerto y en los nombres. No sé qué estaba esperando con ir al cementerio pero nada ocurrió, es decir, nada fuera de lo que he dicho, o no sé qué esperaba.
Luego fui a visitar a un tío, hermano de mi padre, que de mis tíos es el único que vive acá. Preguntó por mamá. Sentí que me veía como si fuera todavía un niño. Más tarde llegó mi tía y me invitaron a comer. Fue bastante agradable el rato, la verdad. Hablamos de las armas nucleares, del mundial de futbol que ganó España, de las editoriales que no quieren publicar los poemas de mi tía, de mis primos que viven en ciudades fuera del país, de los recuerdos que tengo de su casa, de qué cosas cambiaron y qué cosas siguen igual. Mi tío estaba sorprendido con mi memoria porque podía recordar las impresiones que tuve siendo niño. Podía recordar, incluso, lo que había pensado de una cosa u otra, y no era que me esforzara sino que todos esos pensamientos y sensaciones se habían quedado ahí, impregnados en el sillón, el piso, la distancia entre una pared y otra, el baño, el patio, las sillas de la cocina, los cubiertos. Un rato después, mientras bebíamos una cerveza, mi tía encontró accidentalmente una foto donde aparezco recién nacido. Casualmente decidió ordenar una estantería y encontró la foto. Detrás tenía un mensaje escrito por mi padre. Reconocí su letra enseguida. “Para mis tíos. Mi primera foto, un día después de mi nacimiento. Atte., Santiago”.
Ya era noche cuando volví a casa. No pude dormir. Tomé una bicicleta que estaba entre los tiliches de la bodega, le acomodé la cuerda y salí a andar. Creí que iría a la esquina y volvería cansado, pero seguí andando, por las avenidas vacías, entre las casas oscuras. Volví a pasar frente al cementerio pero seguí de largo. Llegué a una curva; era peligrosa porque no se veía si venía coche ni había banqueta por donde ir. No es que me quisiera suicidar pero si me volvía me habría ido a casa y no tenía sueño y el aburrimiento enferma. Así es que pedaleé y justo entrando a la curva se vino contra mí uno de esos trailers que atraviesan la ciudad de madrugada. Pitó el claxon e intentó frenar; poco antes del golpe alcancé a arrojarme de la bicicleta. A lo lejos vi el tráiler detenerse y al chofer bajar y venir trotando hacia mí. Me senté con mucho esfuerzo. El chofer me preguntó qué carajos hacía en bicicleta a esa hora, me cargó, me subió al tráiler y me llevó a una farmacia a la salida de la ciudad.
-­‐ Dame dinero -me dijo- no tengo.
Le di mi reloj, se lo llevó y volvió con vendas, yodo, pastillas y agua. Me dio el

agua y las pastillas, tragué dos. Después me vendó empezando por la espalda.
-­‐ No me puedo retrasar más -dijo- ¿dónde quieres que te deje?
No hablé y me llevó a un motel sobre la carretera. Debían ser entre cuatro y cinco de la mañana. Le dije al encargado del motel que quería un cuarto y que si no me traía comida y velas me iba a suicidar frente a él. No pasaron más de diez minutos y ya estaba en la puerta con una torta fría y tres velas largas.
-­‐ Yo también pasé por eso -dijo.
-­‐ ¿Tienes una pluma? -le pregunté.
-­‐ Pero te he traído lo que me pediste. -­‐ No es para despedirme.
-­‐ ¿Qué vas a escribir?
-­‐ Mi diario.

Aquí estoy, escribiendo con la luz de vela que en un principio prometí, haciendo con el fuego agujeros a mis calcetines para volverlos guantes, no hay calefacción, pronto va a amanecer y las colchas apenas alcanzan para calentarme las partes peor heridas. 

Abril 12
Es martes. Como no quise que mamá me viera lastimado esperé a que fueran las diez de la mañana y se fuera al trabajo. La vi salir, hermosa ella. Entré a la casa por mis cosas, dejé una carta explicándole que la noche anterior estuve con Máximo y que pensábamos irnos a la playa hoy mismo para aprovechar sus vacaciones. Le dejé dinero y buenos deseos.
Encontré a Máximo raro.
-­‐ ¿Qué pasa?, ¿todo bien?

-­‐ Sí, ya estoy listo.
Me volteó a mirar con unos ojos inexplicables. Primero pensé que estaba de

broma pero entonces me di cuenta que algo tremendo había pasado.
-­‐ Una alumna -sollozó.
-­‐ ¿Qué pasó?
-­‐ La mataron. La violaron y después la mataron.
-­‐ ¿Quién?, ¿qué alumna?
-­‐ Salomé, una chica.
-­‐ Mierda -dije, y recordé ese día, claro, y todas esas estupideces que le había

dicho- ¿Y quién lo hizo? –pregunté, pero ya cada palabra sonaba mal, sobrada. -­‐ Parece que su ex novio, no lo encuentran.
Máximo agarró una mochila y su guitarra. Estaba sensible, sulfurado.
Nos subimos al coche. Antes de arrancar le pregunté si no sabía dónde podíamos encontrar a un amigo del ex novio. Asintió con la cabeza y le brillaron los ojos.
-­‐ ¿Y a ti qué carajos te pasó? -preguntó. -­‐ Salí a andar en bici.
Llegamos a casa del amigo. Quedamos en que Máximo no se bajaría del coche para no arriesgar su chamba. Me abrió el amigo, llamado Sergio.
-­‐ Necesito saber dónde está mi sobrino, para ayudarlo a escapar del país -dije, pensando que era una porquería mi actuación y que ni siquiera sabía el nombre del asesino-. El muchacho no quiso decir palabra así es que pasé a su cocina, tomé un cuchillo y le dije que si no me decía dónde estaba el pendejo de su amigo lo iba a matar ahí mismo.
Salió un niño que supongo era su hermano y parado en la puerta de un cuarto empezó a llorar. Pobre.

Confesó y fuimos a buscarlo enseguida. El tipo estaba escondido en una casa abandonada. Entramos y lo hallamos a punto de colgarse, ya tenía la cuerda amarrada al cuello y todo. Nos vio y dio el paso adelante pero Máximo corrió y lo sujetó. Yo corté la cuerda. Máximo explotó:
-­‐ Todavía no te vas a morir, grandísimo esnob, todavía te falta pagar tu deuda, nosotros no creemos en el karma, ¿entiendes?, así es que lo vas a pagar aquí en este pinche mundo.
El tipo estaba muy drogado; en una mesa de la habitación había una bolsa con cocaína. Nos rogó que lo dejáramos morir, que no lo había hecho adrede.
-­‐ Adrede –repetí y extendí mi celular a Máximo-; habla a la policía y explícales lo que pasó; que dimos con él porque quisimos hacer justicia a Salomé, que lo hallamos a punto de suicidarse, que se lanzó contra mí.
Le quité la soga y lo golpeé. Dejé que se levantara y me pateó en la pierna mala. Se la devolví, lo tumbé y ya no lo dejé pararse. Lo agarré a golpes en el suelo y le grité toda clase de insultos hasta que vi que estaba desmayado y con demasiada sangre y que así parecía sólo un pobre escuincle confundido. Máximo me miraba preocupado. Yo también me extrañé y fui por agua para echársela en la cara. Medio se avivó pero ya no decía nada. Llegó una patrulla y un policía preguntó si ése era el que había matado a la jovencita. Le dijimos que sí y nos vio asombrado.
-­‐ Váyanse, ya vienen más judiciales.
Partimos, por carretera. Estaba puesta la radio, se distorsionaba y le volvía el

sonido cuando le daba la gana. Ya después se fue por completo. Pasaron horas.
-­‐ ¿Y bien?, ¿a dónde estamos yendo?
-­‐ Al mar, estamos yendo al mar, estoy casi seguro, siento la briza, ¿tú no la sientes?
-­‐ Yo soy filósofo, Santiago, yo dudo de la briza.
-­‐ ¿O sea que no crees que estemos yendo al mar?
-­‐ Bueno, sí, pero eso lo he llegado a creer también cuando no estoy yendo al

mar.
-­‐ Carajo, entonces no sé a dónde vamos, pero de cualquier manera la briza no

debería confundirte, aunque fueras Aristóteles no debería confundirte.

-­‐ No me confunde, de ninguna manera. Estoy contigo, primero la realidad y después la teoría, primero la verdad y después las palabras, la briza está aquí, hecho innegable, y no sólo hecho, también sentimiento, impacto, contemplación.
-­‐ ¿Entonces para qué dudas de la briza?, a ver dime, ¿para qué?
-­‐ Pregunta utilitaria.
-­‐ Anda, déjate de cosas y dime lo que realmente piensas, quiero saber. -­‐ Lo sé, y por todo ese cúmulo de moretones te aprecio.

No sólo eran moretones: la pierna me dolía bastante, daba miedo ver el muslo, sentía que el abdomen se iba a evaporar en algún momento y la espalda, bueno.
- Mira, es sumamente sencillo. Siempre he sido una persona marginal, diferente, lo digo así, sin tapujos. Cuando éramos niños, tú sabes, no me juntaban mucho. Tú en cambio, por ejemplo, eras un líder nato, los demás niños te seguían, y si no fuera porque a esa edad los géneros se aborrecen, las niñas también te habrían seguido, pero en fin, luego crecimos y seguramente muchas damiselas han estado tras de ti, no lo dudo. Eres alguien que siempre ha brillado. A mí no me importa si ahora tiraste tu vida por la borda, yo no te juzgo. Pero bueno, para resumir, yo más bien estuve marcado por ese abismo en mis relaciones. Perdí mi virginidad a los veinticuatro años, mi primer beso fue a los quince y mal ganado, de niño y adolescente prefería quedarme en mi cuarto concentrado en mis juegos, en mis cosas, en mis libros, que salir a la calle a jugar con el resto o a una fiesta porque cuando lo hacía me iba mal y sólo me emperraba y terminaba desconsolado. Ya me tiraban piedras, ya me tiraban burlas. No quiero hacerme el mártir, no es mi principio ni es el punto, pero el mundo me ha sido adverso continuamente, eso es un hecho que no puedo evadir. Un día estaba algo borracho, tenía diecinueve años y no me decidía por qué estudiar, ni siquiera por estudiar. Caminé hacia el río de esta ciudad, el río que nunca han arreglado y que es una vergüenza de río, es decir, jamás va a aparecer en esas propagandas turísticas. Y estaba dispuesto a matarme, te juro. Ya estaba en el borde porque cuando te planteas seriamente el suicidio te das cuenta que hay que ir al borde. Estaba ahí, parado, de noche, en ese borde, que podía ser cualquier otro borde, y de pronto me brotó una risa infernal. Me reí. ¿Cómo te digo? Como si hubiera visto la mejor broma del mundo. Y mientras reía dudaba. Dudaba de mí y del suicidio y me daba cuenta que de alguna manera ni yo ni mis deseos ni mis miedos podían aspirar a ser reales. Dudaba del mundo abominable y reía como un tonto. Nada podía aspirar a ser real y vi el manso río como un tigre dormido, aún lleno de toda esa inmundicia. Dudar, Santiago, es lo que me queda. Y si alguien viniera a quitarme lo

que tengo yo sólo podría guardar mi integridad dudando del ladrón y dudando de si me pertenece lo que es mío. 

Abril 13
No hemos llegado a ninguna parte. Anoche dormimos en el auto en plena carretera. En las horas altas de la madrugada, cuando el sol está más lejos que nunca, el peso y la sensación del cuerpo me fue insoportable. Pero sobre todo la pierna me reventaba de dolor. Además me dolían los ojos y la cabeza, que tenía toda hinchada. Apenas amaneció nos dirigimos a un pueblito en las faldas de la sierra a buscar un médico. Nos dijeron que cerca había un doctor, pero que era un doctor de plantas. Máximo está emocionado porque cree que es un chamán. A mí me da exactamente lo mismo que sea un chamán o un doctor privado mientras me de pronto alivio.
Escribo para distraerme, pero el dolor punza.
A través de la ventana miro los árboles, las montañas, las nubes, el cielo azul, la carretera, los poblados, la gente, las cosas moviéndose con tanta dulzura, con tanta suavidad y estupidez. No se preguntan por qué están ahí y eso las hace descaradamente estúpidas, pasivas, inermes, pero basta con que interponga entre ellas mi interrogante, mi presencia absurda, para que se despierten bestialmente y desconfíen. El cielo, por ejemplo.
Me dormí. Máximo me despertó. Me dijo que siguiera escribiendo.
Hablaba, hablo del cielo. Miro el cielo de la manera en que sólo yo lo miro, ya se muestra, se descarna. Y en este combate que los sordos llaman paisaje, la vida. La miserable vida. La inverosímil vida. La vida verdadera que nos ata a todos con su inquebrantable hilo que es desearla. Necesito vivir, necesito vivir lo que es mío y esta pinche pierna herida no me sirve para nada pero Máximo que me ve con los ojos llenos de lágrimas, porque Máximo que es un lobo hermosísimo, porque Máximo que está manejando como un velocista lleno de nostalgia y de arrepentimiento y de ternura, no deja de decirme que ya vamos a llegar, que siga escribiendo, que no pare de escribir y que por nada del mundo cierre los ojos.
¿Y por qué no cerraré los ojos si del otro lado los he empezado a abrir?, ¿por qué no cerraré los ojos si es la primera vez desde que tenía doce años y mataron a mi padre?, ¿si es la primera vez desde que tenía quince y mi hermano salió contento de casa para no volver nunca?, ¿por qué no cerraré los ojos si ya no he vuelto a ser el que contaba su edad con los dedos de sus manos?, ¿por qué no cerraré los ojos si ya estamos cerca, si ya estamos cerca de no volver a preguntar si ya estamos cerca? Y entonces escucho que una voz me dice: “No te traicionaron, sólo se murieron. Unos lloran la sangre que otros bebieron y así es como los tiempos llegan a su rescoldo de paz”. Y con los ojos medio abiertos puedo ver a Máximo que mira a todos lados como si el parabrisas estuviera sucio y no pudiéramos ver y debiéramos ver y no pudiéramos.
- Aguanta, Santiago, aguanta... bien, muy bien, ya estamos aquí. No me cierres los ojos. Aquí tiene que ser... voy a tocar el claxon y alguien vendrá a ayudarnos. Tú no te muevas, ahorita mismo te bajamos. Aguántame y sigue contándome eso que dices de la lluvia. ¿Sabes que no está lloviendo, verdad? Este pueblito te encantará, Santiago, yo sé qué sí, demonios, yo sé que sí te encantará.
Entré casi desmayado a la cabaña del chamán. Era un hombre esbelto, moreno, con pantalones de mezclilla y un camisón de tela amarillenta con botones que parecía apretarlo. Por un lado me ayudaba Máximo y por otro un jovencito. Los dos estaban muy serios. Mis pies no tocaban el piso y mis ojos se hundían en él. Apenas me vio el chamán cerré los ojos y no los volví a abrir más. Mis párpados golpearon suavemente pero no perdí la conciencia. Todo lo contrario: escuché con mucha atención lo que ocurría a mi alrededor. El hombre pidió a Máximo y al muchacho que esperaran fuera y cerró la pesada puerta de madera. Madera que sentí fría, oscura. Su voz era la voz que me habló en el coche. Me tocó los pies. Me untó una sustancia viscosa y olorosa. Palpó mis heridas. Aunque hubiera querido no habría podido abrir los ojos porque ahora estaban lejos. Mis ojos o mi mirada se habían estado yendo desde hace horas. Desde hace años. Debajo de la cama donde me tendieron sentía un extraño calor y en el cuarto se fue metiendo un sopor que me mareaba.
-­‐ ¿Qué te pasó? -preguntó el chamán.
Le conté todo.
- Hicieron bien en traerte aquí. Si hubieras ido a la ciudad te hubieran cortado la pierna. La tienes toda infectada. Te voy a dar hoja santa y cuachalalate.
Me dijo:

-­‐ Hijito, dime tu pena más grande. Dímela ahora.
Le dije sin pensar lo que nunca había dicho a nadie y el dolor se instaló en mi

corazón un rato.
-­‐ Amo a mis hijos pero no están. Soy estéril. Nunca podré tener un hijo mío.
Apretó mi abdomen y gritó palabras de otra lengua, de su lengua tal vez. Y las cantó. Cubrió mi cuerpo con un manto frío y miré colores y figuras evaporándose. A lo lejos, abajo, en el fondo de esa bruma, había un río y alrededor del río estaban arrodillados siete campesinos sembrando. Y fui llevado de una región a otra que al despertar ya no pude recordar y el canto del chamán iba tronando en las esquinas del cuarto y el cuarto se llenó de niebla.
-­‐ En el pecho de las mujeres hay leche. En el pecho de los hombres hay una consolación a la que Dios no dio sustancia.
Escuché en el cuarto cuchicheos de niños. Me arrastró un llanto que no me salió sólo de los ojos sino también de los poros de mi piel y de las heridas sangradas y de la boca. Era un llanto pegajoso y por un momento pensé que quedaría muerto en ese charco pero entonces vi cómo uno de los niños me tocaba el pelo y lo acariciaba. Y lo miré a los ojos. 

Abril 14 (4,54 am)
Aguardo atento y sigiloso. 

Abril 14
Sueños de ayer: 1) Estoy en un desierto, en una expedición. Primero voy con mi hermano y hay árboles amarillos. Él quiere que sean rojos pero son amarillos. Luego estoy solo en el desierto. Alrededor, en todas direcciones, hay fábricas altísimas con tecnología de primer nivel.
2) Estoy con una mujer que desconozco. Tiene un nombre impronunciable que en el sueño parece verosímil: XLJSK. Somos amigos y un conocido me pregunta si me gusta. Digo que no pero la verdad es que sí. Me quedo a solas con ella, sentados. Me
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dice: “Te tengo que decir algo antes que me vaya. Yo siento mucho por ti pero es más de lo que he sentido en toda la eternidad”. Su rostro es perfecto. Carraspeando, apenas alcanzo a pronunciar: “yo también, pero te irás y no sabes cuánto voy a sufrir”. Se recuesta hacia atrás, pone su pierna sobre las mías, la palpo del tobillo al muslo, del muslo al tobillo.
3) Estoy en un coche con XLJSK y el abuelo. No llegué a conocerlo, pero lo he reconstruido mentalmente con fotografías. Su imagen en el sueño tiene que ver con una foto donde aparece en la banca de un parque, bajo un árbol, con un sombrero. Llegamos a la playa, tras un viaje forzoso. Ellos parecen estar de buen ánimo. Yo me quedo dormido, después despierto. Estamos frente al mar. Mi abuelo habla varios idiomas. Nos pide que le enseñemos a manejar el coche y lo llevemos a las afueras de la ciudad, donde las luces de los faroles no lo impidan ver el cielo. Lo llevamos. Ahora yo manejo. XLJSK, a la que miro por el retrovisor, se comporta, por momentos, como un mujerón, y en otros como una niña. Mi abuelo está callado y emocionado. Le abro la ventana. Es de día y busca las estrellas. “Espérate, ya casi”, le digo. El atardecer transcurre en apenas unos segundos. Nos estacionamos en un espacio inmenso y plano, con pocos árboles. Veo el auto desde afuera, nos veo a mi abuelo, a XLJSK y a mí desde afuera.
Cuando desperté escribí: “aguardo atento y sigiloso”.
El chamán nos dejó pasar la noche en su casa. Por la mañana nos despedimos. El pago era voluntario. Le firmé un cheque por diez mil pesos y lo besé en la frente. El chamán me dijo ve con dios y se dio la vuelta.
Máximo y yo continuamos nuestro viaje. Cruzamos la sierra. La carretera tenía un montón de curvas; nos tuvimos que detener veinte minutos para que yo no vomitara. Ascendíamos y la carretera se llenaba de neblina. En más de un momento el precipicio nos quedó a unos metros.
-­‐ ¿Así es el precipicio que compraste? –preguntó Máximo.
-­‐ No, es más hondo -respondí y volví a escuchar su risa metalera.

Llegamos a Los Ayala, un pueblo sobre la costa de Nayarit. La mayoría de los hoteles que están en la playa tienen las albercas infestadas de gente. Optamos por un bungaló de trescientos pesos, a tres cuadras del mar, donde Máximo puede refrigerar cervezas y cocinar. Dice que sabe hacer unos camarones a la diabla sumamente exquisitos. El bungaló tiene, además, una alberquita donde yo puedo nadar. Casi no hay gente aquí y nos atiende una mujer morena de nombre Jacinta. Yo desde el
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chamán he andado más bien callado pero Máximo se anda bromeando a Jacinta y Jacinta se ríe de todo lo que dice Máximo. Apenas dejamos las cosas fuimos a pisar la arena. En el camino compré un desodorante y un frisbi. ¿No quieres unas chanclas?, le pregunté a Máximo pero estuvo insistente en ir con zapatos, pantalones y camiseta. De negro todo. El pobre parecía un sauna frente a las olas, nada más se remangó los pantalones. Tiramos el frisbi un rato y yo me eché un chapuzón en el mar. No aguanté mucho las heridas y la sal.
Jacinta nos dijo que hasta ayer había estado lloviznando, que un huracán lo había tenido todo bien lluvioso pero que ahora se había abierto el cielo y teníamos suerte, a ver si la teníamos mañana. A ver.
Desde nuestro balcón se ven otros hoteles. En la alberca hay dos chavos besándose y fajando. Allá están las montañas verdes. Acá las palmeras. En la puerta plegadiza de vidrio está mi reflejo escribiendo y bebiendo las infusiones que me recetó el chamán. Máximo está frente a mí leyendo el Sistema Conceptual de Kant. Tiene ojos de pedo. 

Abril 15 (3,28 a.m.)
¿Dónde está la textura de unos senos? 

Abril 15
Nos paramos temprano, poco después de que saliera el sol. No teníamos ganas de seguir durmiendo y fuimos a caminar a la playa. Desde temprano ya estaban las familias con sus toallas y bronceadores, los niños jugando en las olas, y vendedores de pan de plátano y elote, brochetas de mariscos, frapuchinos, sombrillas, helados, cocos, piñas preparadas, máscaras de palma, aretes, llantas de hule para flotar en el agua. Nos promocionaron la banana y la ida a la isla pero creo que Máximo le tiene miedo al mar.
Había, además, un pequeño mercado de pescado fresco. Junto a las lanchas, que traen el marisco, había una manada de pelícanos esperando a que les arrojaran las sobras. Máximo compró medio kilo de camarones. Le quedó bien el guisado, la verdad.

Le conté a Máximo los sueños que tuve en la noche, a saber: que el mar inundó mi ciudad natal; que una prima cercana se había vuelto loca y quería contar hasta un millón e iba en 300 mil y pico; que un borracho sin ojos y sin boca bailó conmigo y me prometió que yo iba a probar todos los senos de la historia del mundo y a cabalgar todos los animales de la historia del mundo y a ver los ojos claros de la tierra. Qué lindo sueño, dijo Máximo y suspiró en un suspiro nada metalero, más bien satiano. Continuó en tono engolado:
- Frente a tu inconsciente sumamente aborigen y justificado en mis postulados sumamente heraclitianos y en alguna idea tropical y deleuzeana al tiempo, tomo la firme resolución de ir esta misma noche al acecho de unas damiselas.
Fue una noche espléndida, con el pueblo volcado a las calles. Era una noche despierta. Sumamente despierta, corrigió Máximo.
En un bar encontramos a Jacinta y a su hermana Caronta, una mujer con mirada de tigre. Nos sentamos. Bebimos cerveza helada de barril y escuchamos música ranchera. A Máximo le pareció que algunas canciones podían incluirse en su lista de rock clásico. No sé si lo dijo con sinceridad o ya estaba briago. Probablemente ambas. Gradualmente fuimos conversando con cierta intimidad entre parejas. Caronta conmigo y Máximo con Jacinta, a la que traía loca de risa. Caronta me contó de su vida y yo la imaginé en brasier. Le pregunté de qué color era y me dijo que negro. Le dije que justamente pensaba que su brasier debía ser negro. Me dijo que por qué andaba pensando en esas cosas mientras ella me contaba de su infancia. Le dije que era muy interesante su infancia y le pedí perdón por portarme de esa manera.
-­‐ Es que quiero hacerte el amor -le dije.
Le di dinero a Máximo para que pagara la cuenta. Parecía no tener fin su

galanteo con Jacinta.
Llegué al bungaló con Caronta. Le ofrecí una cerveza y prefirió agua. Abrimos la ventana del balcón y prendió un marlboro.
Caronta se sentó en una cama y yo en la otra, frente a frente. Estuvimos mirándonos a los ojos, luego nos cansamos de hacerlo y ella miró al techo y yo me quedé perplejo tocando sus manos. Cuando apachurró el cigarro en el cenicero la jalé del brazo de tal modo que quedó encima mío. Le quité la blusa y libé sus pezones grandes y negros. Arriba de mí, Caronta me tomó el miembro y frotó su vagina. Luego de un rato en que se fue humedeciendo me introdujo y gemimos y gritamos. Era como probar todos los sonidos que fuéramos capaces. Y al oírme se excitaba ella más y viceversa. Cuando me lamió los labios no aguanté más y la volteé y la penetré hasta venirnos. Unos perros estuvieron ladrando todo el tiempo. Volvimos a hacerlo en el baño y en el balcón, sin importarnos que un vecino de hotel se asomara y nos viera. Vimos el amanecer con una sábana encima, los dos fumando. Luego se le acabaron los cigarros y se quedó dormida. Todavía no se despierta y la mañana es silenciosa y tiene nubes. Quién sabe dónde anda Máximo. 
 
Abril 16
Todo el día en el mar, jugando frisbi y reposando como lagartijas. Nos quemamos gacho. Caronta y Jacinta vinieron a visitarnos, vimos una película juntos y después, al notar que no pensábamos movernos un centímetro, se marcharon. Máximo dijo que si no aprendemos a broncearnos y seguimos con este color de piel tan sumamente entomatado tenemos amplias posibilidades de perder a nuestras damiselas. Me reí como niño y le dije:
-­‐ ¿Viste con qué cara de decepción se fueron? Sólo les duramos una noche. Míranos tiesos e insolados.
-­‐ Pero eso ¿por qué te da risa? Debería preocuparte. -­‐ Mañana les compramos flores.
Vimos otras dos películas. Nos quedamos dormidos con la tele prendida. No soñé nada. Creo que es la primera vez en mi vida que tengo la certeza de no haber soñado nada. Nada de nada. 

Abril 17
Necesito todo lo que está por existir.
Volvió la llovizna ensombreciendo el espacio, lo cual está bien para nosotros, que nos duelen los hombros y el cuello.
Fue mala idea lo de las flores. Las llevamos a casa de Jacinta y Caronta, y sus primos nos cortaron el paso amenazándonos. Resultó que eran narcos. Mejor nos fuimos.

-­‐ Tengo la impresión de que nuestros sendos amoríos han muerto bajo la
secreta presencia de unas AK47 apuntándonos las frentes -dijo Máximo.
Ni Jacinta que trabaja en el hotel ha venido. Deshojamos las flores en la alberca y yo nadé mientras Máximo leía El Sistema Conceptual de Kant. Luego vi sumergirse El Sistema Conceptual de Kant a través de mis gogles hasta el fondo de la alberca y cuando salí a ver qué ocurría vi a Máximo muerto de risa en el camastro.
-­‐ ¡Extraño a Jacinta con todo mi anhelo! –exclamó.
Abrió otro libro –de Quevedo- y se puso a leer poemas de amor con una voz dignísima. Yo que nada más sacaba la cabeza para respirar alcancé a escuchar algunos versos: “Lisi, por duplicado ardiente Sirio, miras con guerra y muerte l’alma mía”, “y en incendios de nieve hermosa y fría adora primaveras mi delirio”, “No me aflige morir”, “Señas me da mi ardor de fuego eterno y de tan larga y congojosa historia sólo será escritor mi llanto tierno”, “Si mis párpados, Lisi, labios fueran”, “La agua y el fuego en mí de paces tratan, y amigos son, por ser contrarios míos; y los dos, por matarme, no se matan”.
Un travesti se metió a la alberca. Se veía animado por la declamación de Máximo y por las flores flotantes. Fue entonces que pensé que necesito todo lo que está por existir y me senté en el borde. Vino Máximo y después Gonzalo, el travesti. Allí estuvimos los tres con las piernas en el agua. Gonzalo encendió un cigarro.
- No sabía que tú fumabas -le dije a Máximo.
- Yo tampoco sabía que tú fumabas -le respondí.
Gonzalo tenía una voz chillona y nos contó todo tipo de cosas. Luego llegó un muchacho, hijo del dueño del hotel que no tenía nada qué hacer y nos pidió si le dejábamos fumar. Le dijimos todos que no pero igual fumó. Luego Gonzalo y el muchacho se fueron al cuarto de Gonzalo.
- ¿No tenía mota ese tabaco? –preguntó Máximo.
Los sonidos deformados de los insectos y de mis pies en el agua me estaban poniendo nervioso.
- La mezcló, travesti cabrón. - ¿Y ahora qué?

Nos quedamos ahí sentados. Como peces. Aquel cigarro mezclado estaba fuerte.
No sé cuánto tiempo después Gonzalo salió del cuarto y nos preguntó si no queríamos acompañarlo a comer algo a la playa y los dos lo seguimos como si nos hubiera hechizado.
-­‐ ¿Y el muchacho? -le pregunté.
-­‐ Riquísimo –respondió con una sonrisa de mejilla a mejilla.

Comí un pescado al mojo de ajo de primer nivel y vimos el atardecer desde la sobremesa; ellos bebiendo whisky y yo mis infusiones. 

Abril 18 (4,24 am)
Onceavo mandamiento: el mar te cogerá. 

Abril 18
Sueño de ayer: Gonzalo y yo nadamos en el mar, muy lejos de la costa, en el puro mar. La imagen es bastante bella: en el horizonte hay dos soles, uno fijo y otro desplazándose a gran velocidad cada cierto tiempo. Al fondo me espera Dios. Cuando, en el mismo sueño, pienso qué es Dios para mí, como me cuestionó Máximo hace tiempo, resuelvo que Dios para mí son los labios suaves de XLJSK. En el cielo también está la luna. Le explico a Gonzalo que vemos dos soles por un efecto óptico. Emocionado se acerca nadando hacia mí y tomándome por la cintura me susurra en el oído: “El mar te cogerá y te cogerá hasta que tu cuerpo explote en chorros y chorros de la sustancia elemental de esta fábrica infinita”.
Desperté, me bañé, vi un partido de voleibol playero en la tele: brasileñas contra holandesas. Apalearon las brasileñas, tanto en belleza como en técnica.
Máximo llegó con huevos. Desayunamos. 

Abril 19 (5, 05 am)
Caronta, Salomé, una calle, una hija, la nostalgia. 


Abril 22 (1, 49 am)
Pinche puto país de mierda donde nadie dice ni escucha ni hace nada. 

Abril 23 (3, 35 am)
Sobre una piedra en el extenso mar, ¿quién? 

Abril 27 (4, 02 am)
En las ruinas de la inmensa ola. 

Abril 30 (3, 50 am)
Extraños días de bailar, extrañas noches de otro país. Que me descifre la Tlatlicue y su séquito perverso. 

Mayo 3 (4, 46 am)
Semen negro de andrógino chef. 

Mayo 4 (6, 02 am)
Hay tregua, trillones de sueños quirúrgicos. 

Mayo 12 (5, 06 am)
Mi conciencia, clara y fuerte como el sol al mediodía. 

Mayo 13 (4, 22 am)
Mi conciencia, idiota y hundida como el sol a esta hora. 


Mayo 14 (6, 59 am)
Tú conciencia ni existe, me decía Gonzalo que era Máximo que era un perro. 

Mayo 16 (2, 22 am)
¿Dónde estás, XLJSK? 

Mayo 19 (3, 50 am)
Como torta de huevo sobre la banqueta. Provecho, vagabundos. 

Mayo 21 (2, 50 am)
Pinche cucaracha, que se vaya a la mierda. 

Mayo 27 (4, 47 am)
No cortar ningún mensaje. Continuarlos. 

Junio 1 (6, 02 am)
Profundo descanso. 

Junio 3 (2, 28 am)
Crueles sentimientos, ni qué decir. 

Junio 7 (1, 02 am)
Ondina traviesa, ven acá. 


Junio 10 (3, 02 am)
Muchos aviones y aeropuertos. 

Junio 11 (3, 30 am)
Olvidé. 

Junio 14 (4, 41 am)
Una gota que es lo mínimo y lo es todo. 

Junio 23 (4, 50 am)
Cementerio desnudo, bienvenido a mi vida. 

De La orilla de los mares ©