Notas dispersas
Chéjov, De Sica, los animales
Fecha de escritura: 12/04/11
Publicación: HM
Hay dos historias -una, en cuento, escrita en 1885 por Antón Chejov y otra, en película, escrita por Cesare Zavattini y dirigida por Vittorio de Sica 67 años después- que guardan entre sí no sólo el inextinguible virtuosismo de dos narraciones impecables sino otras casualidades, que intentaré descifrar.
La de Chéjov se llama La tristeza y más o menos su argumento es éste: en una ciudad nevada que podemos imaginar San Petesburgo, un hombre de nombre Yona se gana la vida de cochero o, entendemos hoy, taxista, mas de carreta. En el fondo de su alma, le pesa la muerte de su hijo acaecida sólo una semana atrás. En más de una oportunidad intenta compartírselo a sus pasajeros, ya se sabe que las penas hay que desahogarlas. A los pasajeros sólo preocupa que Yona cumpla su trabajo y dé latigazos al caballo para llegar pronto a su destino. Yona es despreciado una y otra vez durante su jornada. “¡Tiene tantas cosas que contar! ¡Qué no daría él por encontrar alguien que se preste a escucharlo, sacudiendo compasivamente la cabeza, suspirando, compadeciéndolo!”. En un giro digno de los mejores desenlaces, de noche a solas, Yona conversa con su caballo. “El caballo sigue comiendo heno, escucha a su viejo amo y exhala un aliento húmedo y cálido”. Yona acaba por compartirle al animal toda esa pena que no pudo contar a su prójimo.
La dirigida por De Sica se llama Umberto D. (1952; en italiano Umberto no lleva hache). Trata de un anciano jubilado con problemas de dinero y salud. La película inicia en una protesta dispersada por la autoridad en que los manifestantes, entre ellos Umberto, reclaman un incremento de las pensiones a jubilados, pues no alcanzan sino para llevar una vida miserable. Umberto ya no tiene para pagar a su casera, una mujer soberbia que le deja al desamparo. Envuelto en la mendicidad y la realidad atroz, considera el suicidio. Es estorbado para realizarlo por Flike, su perro, de quien por tanto es custodio. Uno y otro no consiguen forma de separarse; se los impide lo que sienten. En el desarrollo de la película, Flike deja de ser tan sólo una mascota.
En ambas historias, es protagonista la persona humilde y humillada, “un héroe cotidiano”, como ha dicho Martin Scorsese sobre Umberto. Este personaje fue interpretado no por un actor sino por un maestro de filosofía que De Sica conoció por azar del destino; empresa ésta de elegir a una persona real para la actuación a la que ha recurrido, con frecuencia, el cine, cuando trata de llevar su ficción a una percepción de realidad y no de simulación, empresa que a veces fracasa y a veces se logra con maestría, como es el caso (lo fue también con El ladrón de bicicletas, 1948).
Tanto De Sica y Zavattini como Chéjov, introducen el contexto social con notable inteligencia que éste no es el centro de la historia (politizaría la historia o la ahuyentaría del drama) y sin el contexto la historia no llegaría a ser lo que es. En ambos casos –Chéjov, es verdad, lo desarrolla con sutileza de genio- impera una sociedad estremecedora en que nadie escucha salvo un animal, el caballo en La Tristeza y el perro en Umberto D..
En ambas historias, es protagonista la persona humilde y humillada, “un héroe cotidiano”, como ha dicho Martin Scorsese sobre Umberto. Este personaje fue interpretado no por un actor sino por un maestro de filosofía que De Sica conoció por azar del destino; empresa ésta de elegir a una persona real para la actuación a la que ha recurrido, con frecuencia, el cine, cuando trata de llevar su ficción a una percepción de realidad y no de simulación, empresa que a veces fracasa y a veces se logra con maestría, como es el caso (lo fue también con El ladrón de bicicletas, 1948).
Tanto De Sica y Zavattini como Chéjov, introducen el contexto social con notable inteligencia que éste no es el centro de la historia (politizaría la historia o la ahuyentaría del drama) y sin el contexto la historia no llegaría a ser lo que es. En ambos casos –Chéjov, es verdad, lo desarrolla con sutileza de genio- impera una sociedad estremecedora en que nadie escucha salvo un animal, el caballo en La Tristeza y el perro en Umberto D..
Lo que serían nuestros términos comunes se invierten: en una sociedad que insiste en deshumanizarse las bestias son los hombres y los animales son las almas que reflejan y rescatan lo indefectiblemente “humano”.
Ni Chéjov ni De Sica anticipan qué creen que sucederá con la sociedad sorda o si sus protagonistas se salvarán o no de ella. La última escena, en ambas, es el hombre y el animal; jugando, interactuando, comunicándose. Y éste es el símbolo.