Análisis
![]() |
D. Huerta, J. Sicilia |
El silencio del poeta
Fecha de escritura: 10/05/11
Publicación: HM
El poeta es, desde los primeros tiempos, quien mejor explora y domina el lenguaje escrito y oral. Otros lenguajes -plásticos, líricos, visuales o narrativos- se benefician de la poesía, o no pueden resistirse a una cuota de lo poético para mejorar su expresión y así se ha ampliado la definición de la poesía pero curiosamente su nombre ha quedado para el lenguaje de la palabra; acaso porque la palabra es, antes que la imagen (la palabra es hacedora de imagen), la moneda de intercambio diaria en el decir de las sociedades.
Entre los deberes del poeta están clarificar la comunicación y articular lo que, desde las entrañas de su psique pero también de su entorno bien definido en espacio y tiempo, nos llama sin cesar, oscurecido hasta que la metáfora lo alumbra, y la comprensión de la poesía lo agita y desnuda para los ojos de todos.
Debería preocuparle a una sociedad que uno de sus poetas calle o no vuelva a ejercer su profesión por las razones que sean. Recientemente, en México, un poeta ha decidido renunciar a escribir poesía, después de que su hijo fuera asesinado. Aparte de mostrársele signos de solidaridad ante la pérdida y signos de inquietud ante el crimen abyecto, se le ha conminado a repensar su decisión. Miguel Angel Granados Chapa o José Emilio Pacheco, por ejemplo, han hecho público este sentir, esta petición.
Aunque, en efecto, el poeta Sicilia no ha guardado su voz sino que, al contrario, la ha levantado en denuncia y clamor y la ha compartido en lo que ya es un movimiento que busca, en líneas generales, pacificar el país (lo que prueba su capacidad de expresar el dolor que muchas otras víctimas de guerra y padres que han perdido a sus hijos no tienen o no pueden tener, además de ayudar a esclarecer de manera pública las causas de esta guerra), lo cierto es que un poeta ha abandonado la labor de sus días y sus noches y, si se piensa con claridad, una sociedad no sólo peligra cuando su bolsa de valores peligra o sus gobiernos se corrompen; también peligra y desfallece cuando sus voceros no hallan su lugar, y quienes, en el sagrado y misterioso acto de escribir, hubieran continuado la evolución espiritual de su época, desisten de ello. Tiempos de cobardes estos en que la valentía es obligada a callar. Como en su momento decidió Rimbaud callar frente a la “farsa que construimos todos”. Pero estos poetas, íntegros moralmente, no dejan nunca de ser poetas (ahora sí: en la concepción amplia del nombre) y reflejan en su silencio los claros vacíos de una época, sociedad o humanidad errada, inicua.
Una impresión resubrayada en lo inmediato: Herman Broch, en su imaginación de los últimos días de Virgilio, lo ve descender de un barco y llegar a tierra entre el gentío que se aglutina y se atenaza sobre el que llaman “el hechicero de Roma”. Broch traza la imagen de la gente a partir de sus bocas: “las bocas que comían, las bocas que rugían, las bocas que cantaban, las bocas que admiraban, las bocas abiertas en los rostros cerrados; todas estaban abiertas, abiertas de par en par, munidas de dientes detrás de los labios rojos y morados y pálidos”. Entre esas bocas, entre esos hombres y mujeres, viene el poeta Virgilio; detrás traen el cofre con el manuscrito de la Eneida, manuscrito que Virgilio querrá prender fuego. Otra vez este gesto de la renuncia y el mutismo.
Virgilio conversa con una misteriosa voz que le dice “eterno es el eco de tu poesía”. A lo que éste rebate: “No, no quiero oír más el eco de mi voz; aguardo la voz que está fuera de la mía”. Discuten: “Tú no puedes acallar ya la resonancia de los corazones, su eco está a tu lado, inamovible como tu sombra”. “Ya no quiero ser yo –responde Virgilio-; quiero desaparecer en la zona más sin sombra de mi corazón y en su más profunda soledad; y allí ha de precederme mi poesía”. “No hubo respuesta; desde lo invisible vino algo así como un sueño, largo como un sueño, breve como un sueño (…) hasta que llegó la réplica: ‘Ya nunca podrás estar solo, nunca, nunca jamás, pues lo que resonó de ti era más grande que tú mismo, es más grande que tu soledad, y ya tampoco puedes aniquilarlo: oh Virgilio, en el canto de tu soledad están todas las voces, están todos los mundos, están a tu lado resonando, y han roto tu soledad para siempre, entrelazados para siempre con todo el futuro, porque tu voz, Virgilio, fue desde el principio la voz del dios” (La muerte de Virgilio, 1945)
Voz del dios, sagrada. Voz que alucina. Es la voz del poeta aquí, siempre, aunque la muerte y la guerra.