Crónica


de ETM

Tears for fears en Guadalajara

Fecha del evento: 24/09/11
Publicación: HM

De las 8 a las 9

Si, como indica Jacques Brel, “lo importante no es el espectáculo sino el espectador”, ¿quiénes, a las afueras de Guadalajara y en pleno 2011 asisten a un concierto de rock, new wave, pop dance, soft-rock o el género que se quiera adjudicar a Tears for Fears (TFF, en adelante)? Pocos, los fans completos, o más bien muchísimos, si entendemos que el fan de TFF es quien escuchó alguna vez a la banda que marcó, junto con otras, una época decisiva o rememorable de sus biografías. 
Unos son los entendidos, es cierto, y conservan el amplio repertorio, los criterios que van a confrontar. Ellos vienen a verificar que la música no se descarrile, que las nuevas versiones no perturben la esencia del canon; otros sólo llegan por una o dos canciones, a divertirse el sábado, comprarse la playera, tomarse una chela. Pero todos son los mismos rostros, todos lo esperan todo y aplauden lo mismo.
A un par de amigos TFF les recuerda su época en la universidad, donde estudiaron arquitectura y se conocieron. “Cuando dibujábamos poníamos el Elemental”, dice uno, “eso fue en el 91 o 92, por ahí”. 
Adriana, brasileña que radica en Guadalajara, decidió venir sola. Tiene treinta y siete años. A unos minutos que empiece el concierto se le ve emocionada. Le parece “exquisita” la música de TFF y dice que es tímida pero sí quisiera pararse a bailar y a cantar. Ella también evoca a sus amigos, “cuando hacíamos cosas buenas. Ahora sólo trabajo y trabajo”. Se esfuerza por encontrar las palabras en español, aunque ese punto entre el portugués y nuestro idioma es revelador. Sonríe. Le gustan muchas canciones, pero desea escuchar “Woman in Chains”, del The Seeds of Love del 89. 
8:50 pm. Ya acabó la entrada de Michael Wright. Ya allá afuera oscureció. Los cientos que entraban se hicieron miles y no es lo mismo ser miles que ser un bonche de decenas, ya no digamos que ser uno. Así comienza el ritual: los ríos de cuerpos aterrizan en sus asientos numerados y las miradas esperan en el ocio.
¿Quién ganará?, por cierto, ¿la voz de las bocinas que pidió amablemente al público “permanecer siempre sentados en su ubicación” o los que, como Adriana, quisieran intercambiar la timidez que es, por costumbre, personal, por el júbilo colectivo que exige levantarse del asiento como ofrenda? 

Afonía total

Escribe Nicanor Parra: “creemos ser país y la verdad que somos apenas paisaje”. Y en Discurso de Guadalajara deja un lacónico verso: “afonía total”. Creemos ser país y la verdad que apenas somos público. Y todos saben qué es la afonía total, de lo contrario no sería tan necesario haber venido hasta acá para buscar los gestos inconfundibles del rock, y cada uno tiene su interpretación de lo que es o puede o debe ser el rock, pero hay algo en su tradición que es anárquico  y humano, abandono y arraigo, voces y guitarras eléctricas y sintes y batería. TFF comparte lugar en el imaginario con The Smiths, The Cure, Simple Minds o Queen, y no dejan de admirar y tributar a, por ejemplo, The Beatles. 
Pasan de las 9 pm. “Bienvenidos a la gente guapa de Guadalajara”, exclama Rolan Orzabal. Se dibujan unos visuales prometedores en tres pantallas al fondo. Cada músico toma su lugar. Tocan Everybody wants to rule the world, canción que la Clear Channel Communications incluyó en su lista de canciones para ser borradas del espectro radiofónico de sus 1200 estaciones afiladas tras el 9/11 (la curiosa lista incluía Hey Joe, Stairway to Heaven, What a wonderfull worldImagine). 
La ceremonia ha comenzado. Se aplaude la canción de pie. Continúa Secret world, del disco de reconciliación entre Rolan Orzabal y Curt Smith, el dueto núcleo de la banda que se habría separado nueve años. 
Empezaron efusivamente, pues eso nosotros lo agradecemos efusivamente. Pero esto es apenas lo visible. Ni se está obligado a permanecer sentado ni a permanecer de pie; escuchar está en un lugar adonde nunca apuntarán los ojos y cada espectador vive desde su butaca un concierto que es la música allá en frente pero también acá adentro, donde los acordes y los sonidos se combinan con el monólogo interno, las ocurrencias, las emociones, las sensaciones rápidas.
Sowing the seeds of love es una canción que la gente reconoce. Everybody wants a happy ending es de las nuevas pero no suena mal. Por ahora hay que indagar en ella: alude a otras músicas, suena a esto o a aquello, funciona o no. TFF viene al homenaje que el público memorioso le brinda, pero también quiere actualizarlo, a decirle que no sólo son las canciones del 85 o del 91 y que últimamente han escrito, por ejemplo, Closes thing to heaven. Y el público realmente escucha y hay algo indiscutible y delicioso en ella. La delicia se externa en las expresiones corporales o se introyecta. Una mujer pasará todo el concierto bailando, con la complicidad de una amiga, que le sigue el paso, y muy cerca un hombre parecerá una escultura de Rodin. Es que existe el corear la canción en murmullos, las palmadas en la rodilla, asentir con la cabeza y los gestos que el ritual arranca y asombran a quien los dejó escapar; el punto es estar al ritmo –ellos han venido a dictárnoslo- y mientras uno se sepa en ese ritmo lo demás viene por sí solo. 

A ver, busca el traductor de google

No es el mismo concierto para el que conoce las letras que para el que sin duda se emociona con un acorde, un sonido, un solo de guitarra o una flor en los visuales pero se pierde el poderío del significado y la imagenería de los versos (a salvo, quien descifra el inglés). En Floating down the river, un chavo con sombrero de copa está cantándola de pie. Nadie más alrededor lo hace. Su ventaja es saberse la canción completa. Sus manos se debaten entre tomarse el sombrero, aplaudir, emular que tocan una batería invisible, y guardarse en los bolsillos del pantalón, a lo cual se resisten con una actitud de heroicidad y martirio. En los bolsillos está la salvación del qué dirán, pero la salvación de su alma no está ahí. Casi al terminar la rola, levanta los brazos y los suspende en el aire. Se ha conquistado a sí mismo. Además, la canción ha sonado bien y todos aplauden. 
La letra de Change, del Hurting, el primero de los discos, reaparece anacrónica. Ni es too late y al “you can change”, una juvenil y enternecedora súplica, se le puede responder: míranos, veintiocho años pasaron por nosotros, es obvio que cambiamos, pudiéramos o no. Con más justeza, se canta Advice for the young at heart: “Soon we will be older, when we gonna make it work?”. 
Para quien busca los subtítulos en alguna región insospechada del escenario, queda la cadencia de Break it down again, el encanto lírico de Badman’s song, las fluctuaciones de la voz de Smith, los depurados coros, el larala como expiación. O como el novio, que mientras su chava canta y baila con sus manos Head over Heels, él la abraza y por detrás la besa. Es el momento adecuado, ¿qué más da lo que se esté enunciando?

Shout

Cada segundo que pasa, el público está más adentrado; ¿qué lugar es éste donde una banda nos avisa que podemos hacer lo que queramos?, ¿y cómo se interpreta este mensaje?; es como si lo de afuera se estuviera borrando, salvo que se envíe algún tweet como señal de humo: “desde el auditorio Telmex, la banda está viajando”, se publica. 
En los tiempos donde el zoom ha sustituido los binoculares y el flash la debilidad de los recuerdos, se captura una imagen con el celular y un segundo después ya puede ser visto en la red. 
Días antes, en Monterrey, momentos previos al concierto, @curtsmith, desde el backstage, responde a @karen_borrego: “disfruta y grita fuerte”; Karen se sincera: “Curt Smith me respondió. Y jamás lo superaré, ¿ok?”. Dos eslóganes para cualquier celular: “las redes sociales acercan a ídolos e idólatras”,  “queda comprimido en píxeles, ¿y qué otro modo hay de detenerse en lo fugaz?”. 
A mitad del concierto, cuando el público se levanta, lo hace en un 75%. Ya en la última cuarta parte, entre más se intuye el desenlace, se logra el 99%. La música hechiza y el respaldo es unánime. Los gritos confirman el amor por el momento. TFF tiene mucho estilo, ¿quién lo duda?, y en la primera vez que vienen a Guadalajara suenan mejor que nunca. Quien sembró semillas de amor recibe esta suerte de gratitudes. 
Otra. Otra. Otra. La oscuridad y los chiflidos. La súplica y las palmas colectivas que se aceleran. El tiempo y la gente: el deseo de perpetuar un instante o de sumarle dos canciones más antes de volver a la ciudad, al tiempo aquel de la ciudad que parecerá cotidiano. Regresan con Women in chains, la que quería Adriana. 
¿Dónde está lo que se quiere combatir al evocar la libertad? TFF es honesto: “Está bajo mi piel pero fuera de mis manos”. 
¿Y cuál es esa libertad? “Shout, shout, let it all out…”. 
Por supuesto el cierre es de Shout, una canción que habla de romper el corazón y de gritar y de vivir para contar la historia y de no vender tu alma en tiempos violentos. “I’m talking to you”. Una mujer grita y baila ferozmente, si no fuera por sus pies se arrojaría a esa boca que es Shout, esa garganta honda que es Shout.
Entre la salida del auditorio y el estacionamiento, el mar de ecos. 

Auditorio Télmex