Crónica
Cine público. De ETM |
Alba y Cine en Morelia
Fecha del evento: 15 - 23/10/11
Publicación: Revista La Huesuda
http://www.lahuesuda.com/html/contenido.php?id=2679
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Dieciséis de octubre, 2011, Teatro Morelos. En su discurso de inauguración, Cuahutémoc Cárdenas Batel, anfitrión del 9º Festival de Cine de Morelia con Daniela Michel y Alejandro Ramírez, compara este festival a “un canto esperanzador en medio del estruendo”. Cita a Mario Benedetti y antes a José Martí, quien dijo que “los bárbaros que todo lo confían a la fuerza y a la violencia nada construyen, porque sus cimientos son de odio”. Pudieron sentirse aludidos no sólo los criminales confesos; también los poderes federal y estatal allí representados. La estrategia contra organizaciones delictivas asumida por el gobierno de Felipe Calderón, respaldada por el de Leonel Godoy -estrategia mal definida, en muy poco tiempo- consiguió arrebatar la vida o encarcelar a cabecillas gangsteriles en Michoacán; nunca desarticular las organizaciones criminales que, al contrario, las dispersó, alebrestó, intensificó. Al no reparar la impunidad, paradójicamente las envalentonó, les abrió espacios. Cuando en Morelia el 15 de septiembre de 2008 fueron detonadas dos granadas y muertas en el acto ocho personas, la ciudad hasta entonces pacífica tomó un crudo viraje; Morelia, capital muy querida por sus visitantes, se convirtió en escenario de disputa, de acuartelamiento para hombres siniestros, de desfiles militares como demostración de la fuerza bélica de un Estado que antepuso la resolución de un problema policiaco a la preservación de la vida de sus ciudadanos. En referencia a estos hechos de que se sustentan muchas fibras, concluyen las palabras de Cuahutémoc, que son las del poema “Por qué cantamos” de Benedetti, y el aplauso es unánime; dura varios minutos, más que cualquier otro en la noche.
En 1988 la filósofa María Zambrano recibe el Premio Cervantes. En aquella ocasión habla de Morelia, “cuyo camino no busqué, sino que él mismo me llevó a ella”. Habla del fracaso como “la garantía de un renacer más completo”. Habla de Don Quijote de la Mancha y casi al final reitera su mención: “…yo no he querido olvidarme de un lejano y hermoso lugar: Morelia. Para no desdecirme de mi desvivir. (…) Y ojalá que a esta misma hora, que bien pudiera ser la del alba, alguien pueda seguir hablando –aquí y allí o en otra parte cualquiera- acerca del nacimiento de la idea de libertad”.
Fue Morelia la primera ciudad de México donde quedó abolida la esclavitud. Otra libertad está pendiente: la que otorga y puede otorgar sólo la paz. Volveremos a pisar el jardín ya no de Nueva España sino de un México que no hemos dejado de anhelar cada día nuestro.
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¿De quién y para quién son los festivales culturales? De todos, para todos. Brindan cohesión sin imponer lo uniforme. Es, en esta ocasión, la oportunidad de ver en las pantallas –casi todo el año sometidas a las exigencias del mercado- documentales, cortometrajes y largometrajes mexicanos. Es semana para hacer del cine un espejo que refleje a quien se asoma en él. Una opinión exagerada: “Apareció en la macropantalla nuestra ciudad, idioma, cultura, conflictos, historias… entonces existimos, somos, estamos aquí porque estamos ahí”. Además proyectan el cine, se dan a conocer cineastas de otras partes del mundo; películas magistrales, películas raras y películas de muy diversos contenidos y géneros.
Lo cierto es que existe un mirarnos en nuestra dimensión original a partir de las infinitas maneras que la imaginación puede, para lo cual el cine, entre otras artes y haceres, es, desde hace más de una centuria, espejo vivo.
Quienes bien lo saben son cinéfilos, estudiosos y estudiantes y autodidactas del cine. Son quienes acuden a las salas no sólo con curiosidad sino con ahínco. Los orgasmos visuales ellos los viven, y no sobrarán consignas: “Amarás a Ripstein por sobre todo el cine comercial”. De todo hay: quienes viven el rito de ver una película del húngaro Béla Tarr que dura más de siete horas; quienes asisten a 3 o 4 películas al día; quienes saben darse cita con “los maestros” (Schlöndorff, Gondry, Kusturica, Nyman); quienes, en un excelente documental de Mark Cousins sobre la historia del cine, se sorprenden o no con Mambeti, un cineasta africano que cierra los ojos y dice que el cine está ahí, pero al mencionarse a Coppola, Scorsese o Bertolucci, en voz alta suspiran; si los distraídos sacan su celular y juegan con él, que no queden dudas lo que ellos sienten en su impecable concentración. Y así, quienes desean externar su saber a la mano tienen comentarios críticos y suspiros escandalosos: uff, sublime, y más allá, en el silencio en que se ve y se oye, los ánimos y seguimientos son francos; el aliento, público.
La gente que durante una semana llena casi todas las salas –y la plaza pública, junto a Catedral, y la extensión en Pátzcuaro- va a admirar, a juzgar pero sobre todo a aprender, porque se tiene la abierta disposición de mirar lo nuevo, de ser parte del festival del que escucharon hablar o leyeron o ya sabían. Una diferencia entre esa semana y el resto del año es que al término de cada película la gente aplaude. No siempre son tramas digeribles; a menudo se desiste, se renuncia a completar la película. Para el que insiste y busca, hay dichosas sorpresas; cada quien sepa las suyas, y por ejemplo: las cuevas tridimensionales con estalactitas y pinturas de hace treinta mil años a las que nos introduce Werner Herzog; la nueva película de Almodóvar –La Piel que Habito-, presentada por Marisa Paredes, nueva oportunidad para lo almodovariano, esa masa informe y colorida cuyos expertos somos todos aunque nadie pueda predecirla; la actuación de Damián Alcázar que mereció una presea; el montaje alucinante de El Arbol de la Vida que hizo rabiar a Sean Penn porque la dirección de Terrence Malick, la fotografía del mexicano Emmanuel Lubezki y los efectos especiales de Douglas Trumbull se impuso a la interpretación actoral como pocas veces; los estrenos de Le Havre de Kaurismaki, La balada de Génesis y Lady Jaye de Marie Losier y The Loneliest Planet que protagoniza Gael García, quien arrancó a su llegada los gritos de cientos de fans, en su mayoría mujeres (sincronicidad entre lo sexy y lo sagrado: a sólo unas cuadras las cenizas del Papa formaban una hilera larguísima, interminable); los largometrajes que obtuvieron el reconocimiento por los jurados y la audiencia del Festival: El premio de Paula Markovitch; Fecha de caducidad de Kenya Márquez; Sivestre Pantaleón de Roberto Olivares Ruiz y Jonathan D. Amith; y los también galardonados cortometrajes, cuya exhibición sin los festivales sería imposible: Cuanajillo: la historia sin agua de Stéphan Guzmán, Bosquejos de Diego Flores, Prita Noire de Sofía Carrillo, Erase una vez, de Alejandro Ríos, Réquiem para la eternidad, de Alberto Reséndiz, Mari Pepa, de Samuel Kishi.
Es sugerible que, de una y otra forma, la oportunidad de congregarnos en torno a un arte como el cine no sea oportunidad de una específica semana, sino oportunidad duradera, abierta y constante el resto del año.
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En paralelo a la historia veraz, objetiva, de los días que siguen a los días, la imaginación da cuenta de otra historia no menos verdadera: la historia de los sueños. Sueños individuales, colectivos y cósmicos que transcurren en la noche pero bajo el sol también.
Dice María Zambrano en aquellas palabras: “Da la certeza del tiempo y de la luz, y la incerteza de lo que la luz y tiempo van a traer. Es la representación más adecuada que al hombre se le da de su propia vida, de su ser en la vida”. Habla del alba.