- Cuéntame otro de tus sueños.
- ¿Cómo? -preguntó extrañado.
- Sí, cuéntame otro de tus sueños o anhelos o relatos.
Y empezó a contar por alguno de los días y en cada una de sus palabras el mundo volvía a vivir y las cosas recobraban su vida y el relato se extendía, sencillo y claro, hasta tocar las ramas de un árbol o los dedos de un niño, los números impares o las escenas de amor, las frutas de una tierra o la nieve en descenso, el andar de una caballada o de un hombre solitario, la paciencia con que fue dibujada la primera sombra y las lámparas maravillosas y el alba y la noche y el gato y el buey y la nodriza y los imperios y la moneda y los desiertos donde hubo sacrificio y tesoro...
Todo cabría, justo y redimido -tarde o temprano- en su relato.