Análisis
Y cada noche los sueños se horrorizaban
Fecha de escritura: 10/06/11
Publicación: HM,
Revista Marvin, Octubre, n. 95
Revista Marvin, Octubre, n. 95
Elba Esther Gordillo, Hank Rhon, Salinas y Fox ya están detrás –con todo el amor por México, su México- de la candidatura de Peña Nieto para el 2012. ¿Quién más siente este amor?, ¿quién se quiere apuntar a la bella, amena causa del copete más selecto de un país tan más fregón? Tan fregón que si se incendian casinos qué importa, hay que abrir más. Si se dispara en los estadios, pues nos vamos a unos anuncios y, de paso, los cotizamos mejor que los de horario normal. ¿Qué es lo normal en un país donde las ladies de Polanco son la noticia del momento y un libro de Yordi Rosado se vende más que Pedro Páramo o Cien Años de Soledad? Lo normal es hacer burla de las gentes que en los suburbios de Guadalajara asisten a la fascinación de un hada en formol y desde luego no pensar siquiera en las causas de la ignorancia ni hacer un ejercicio crítico sobre la falta de acceso a la educación que arremete en las zonas más frágiles y pobres de la ciudad. Lo normal: ser de izquierda y defender a todos los menesterosos de este mundo y ser un déspota y egoísta en casa; o nunca haber tenido ideología y haber sido siempre de derecha. Lo normal: ser católico y recitar que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja y vivir en el cinismo y la opulencia o ser ateo porque los religiosos son dogmáticos y menospreciar a los religiosos por sus creencias. Decía Gómez de la Serna: “cuando los pajaritos duermen en los árboles lo normal sería que se cayeran”. ¡Cuánta verdad! Con la alegría de los pajaritos, Felipe Calderón se fue a bucear, subir pirámides y recorrer las regiones más lindas del país y a pesar de nuestro asombro, no decidió reconstituir su profesión y ser para siempre un guía turístico, vaya que lo hace bien, con todo, decimos –pero qué frase tan larga, tan admirativa- ¡decidió seguir siendo nuestro presidente!
Ah, lo normal son los paraísos infernales, los hombres y mujeres disociados, internamente corruptos. Por la mañana doy el amor a mis hijos y por la tarde trabajo en un banco que endeuda y extorsiona a la gente. Por la mañana beso a mi mujer y por la tarde asesino. Por la mañana soy pederasta y por la tarde doy misa. Por la mañana aplasto a los que se crucen en mi camino porque este es el modo de sobresalir, de triunfar, y ya en el crepúsculo les dedico a esos pobres diablos un pensamiento generoso que me dicte algún libro de espiritualidad o autoayuda. Y cada noche los sueños se horrorizaban.
¿En qué momento se nos desgarra la integridad, lo inalienable? En una conmovedora charla de Krishnamurti con niños de una primaria de la India, el humanista les decía que todos ellos (todos los seres humanos) tenían un talento profundo, oculto; que la sociedad los haría claudicar de él a través de diversas presiones, ya fuera haciéndoles sentir insuficientes u obligándolos a tomar una decisión que tomarían, aunque les hiciera sentir infelices. Entre otras cosas, los instaba a descubrir su propio talento –“ese algo que tengan para ustedes”- y a adherirse a él. “Pertenecer a una sociedad –escribe Slavoj Zizek en un libro reciente- conlleva un aspecto paradójico en el que a cada uno de nosotros se nos ordena que abracemos y hagamos nuestro lo que se nos impone”. Y ejemplifica lo que él llama un “gesto simbólico vacío” con el “Der Jasager” de Brecht: “A un joven se le pide aceptar lo que en cualquier caso iba a ser su destino: ser arrojado al valle. Según le enseña su maestro, es costumbre preguntar a la víctima si está de acuerdo con su destino, pero también es costumbre que la víctima diga que sí”.
Pero no reflexionemos demasiado –es más, ni pensemos- y volvamos a la fuente de todos nuestros ratings. ¡Oh, Peña Nieto, blanco de la lascivia de cuántas doñas ya! ¡Oh, mirada fulminante, ¿quién no votará por ti?! Lo pregunto de una vez, antes de que llegue el 2012 y te vuelvas moda: ¿quién no tendrá ojos para darte su voto, oídos para tomar tu convincente, eximia palabra? Si lo hará Hank Rohn, Elba Esther, Salinas, incluso Fox, y en tus actos públicos –pero qué digo públicos, ¡imperiales!, ¡fantásticos!, ¡como de cuentos de hadas!- te apapacha Fernández de Cevallos o Emilio Azcárraga o Arturo Montiel, ¿por qué no hacerlo todos los demás?, ¿es que no nos darás lo que a ellos sí?
Las elecciones de México, ese gesto simbólico no sólo vacío, sino espejo de la arrogancia de quienes van por el poder como hambrientos perros por comida, espejo de un país deshecho, espejo de una sociedad que se dividirá entre votar por la izquierda o la derecha, anular su voto o no votar. Elecciones de México, espejo donde se mirarán –si logran verse- quienes debieran mirarse entre ellos.