Notas dispersas
Hemingway
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E.H. |
Fecha de escritura: 11/01/11
Publicación: Hijos de la Malinche (HM),
Revista Opción del ITAM (año XXXI, Mayo 2011, n. 164)
A pesar de no ser propenso a la teoría, es verificable la estrategia que empleó Ernest Hemingway para su literatura: que la palabra lleve a lo real sin consideraciones ni aplazamientos; que la palabra sea lo real, directa. Desde luego toda ficción, aún la fantástica (sobre todo la fantástica), necesita de verosimilitud. Pero a Hemingway no le es suficiente la narrativa de su época (de la novela se expresa despectivamente) y su necesidad es obsesiva. En 1922 se ve inmerso en una búsqueda que originó las narraciones breves que incorporó Ezra Pound a Inquest; de esa época escribe años después:
“Yo estaba tratando de escribir en ese entonces y encontré que la mayor dificultad, aparte de saber de verdad lo que uno realmente siente, más que lo que uno debería sentir, y le han enseñado a sentir, era anotar lo que realmente sucedía en la acción; aquellas cosas que en efecto producían la emoción que uno experimentaba. Al escribir para un periódico uno cuenta lo que ha pasado y, por medio de un truco u otro, se comunica la emoción ayudado por el elemento de la inmediatez que le confiere cierta emoción a cualquier relato de algo ocurrido en ese día; pero la cosa real, la secuencia de movimientos y hechos que producían la emoción y que sería igual de valedera en un año o en diez años o, con suerte y si uno lo expresa con la suficiente pureza, para siempre, estaba más allá de mi alcance y yo estaba trabajando muy duro para alcanzarlo” (Death in the Afternoon, 1932).
Lo consiguió más de una vez. Y de ello brotó una literatura flamígera que influyó en sucesivas. Y ya no hay por qué; ya no habrá nunca por qué; sólo hay este ahora.
Tras divagar, Robert Jordan, el personaje principal de Por quién doblan las campanas, se regaña a sí mismo: “Deja de hacer literatura dudosa sobre los bereberes y los antiguos iberos y reconoce que has sentido placer en matar, como todos los que son soldados por gusto sienten a veces placer lo confiesen o no. A Anselmo no le gusta porque es un cazador y no un soldado. Pero no le idealices tampoco. Los cazadores matan a los animales y los soldados matan a los hombres. No te engañes a ti mismo. Y no hagas literatura”. Casi con las mismas palabras, pero con ironía, se expresa Augusto Monterroso en ese texto impecable de Las moscas: “Y a pesar tuyo harás literatura”.