Mira, es sumamente sencillo. Siempre he sido una persona marginal, diferente, lo digo así, sin tapujos. Cuando éramos niños, tú sabes, no me juntaban mucho, tú en cambio, por ejemplo, eras un líder nato, los demás niños te seguían, y si no fuera porque a esa edad los géneros se aborrecen, las niñas también te habrían seguido, pero en fin, luego crecimos y seguramente muchas damiselas han estado tras de ti, no lo dudo, eres alguien que siempre ha brillado, a mí no me importa si ahora tiraste tu vida por la borda, yo no te juzgo. Pero bueno, para resumir, yo siempre estuve marcado por ese abismo en mis relaciones. Perdí mi virginidad a los veinticuatro años, mi primer beso fue a los quince y mal ganado, de niño y adolescente prefería quedarme en mi cuarto concentrado en mis juegos, en mis cosas, en mis libros, que salir a la calle a jugar con el resto o a una fiesta porque cuando lo hacía me iba mal y sólo me emperraba y terminaba desconsolado. Alguna vez me tiraron piedras, pero casi siempre fueron burlas, que son peores que las piedras; no quiero hacerme el mártir, no es mi principio ni es el punto, pero el mundo me ha sido adverso continuamente, eso es un hecho que no puedo evadir. Un día estaba algo borracho, tenía diecinueve años y no me decidía por qué estudiar, ni siquiera por estudiar, caminé hacia el río de esta ciudad, el río que nunca han arreglado y que es una vergüenza de río, es decir, jamás va a aparecer en esas propagandas turísticas. Y estaba dispuesto a matarme, te juro. Ya estaba en el borde porque cuando te planteas seriamente el suicidio te das cuenta que hay que ir al borde. Estaba ahí, parado, de noche, en ese borde, que podía ser cualquier otro borde, y de pronto me brotó una risa infernal. Me reí. Cómo te digo. Como si hubiera visto la mejor broma del mundo. Y mientras reía dudaba. Dudaba de mí y del suicidio y me daba cuenta que de alguna manera ni yo ni mis deseos ni mis miedos podían aspirar a ser reales. Dudaba del mundo abominable y reía como un tonto. Nada podía aspirar a ser real y vi el manso río como un tigre dormido, aún lleno de toda esa inmundicia. Dudar, Santiago, es lo que me queda. Y si alguien viniera a quitarme lo que tengo yo sólo podría guardar mi integridad dudando del ladrón y dudando de si me pertenece lo que es mío.

Fragmento de Cementerio Desnudo