Proluxión

Nunca hay nada que decir.
Pero siempre hay algo que
se para al borde de las rocas
y tamborilea a un palmo de su abismo
y canta en lo último de sí.
Y viene con el ímpetu
de quien derrotó el insomnio
y tuvo un sueño con alebrijes vivos
y despertó cubierto de pantano,
de ceniza y porque su mano le temblaba
no tomó la taza,
no tomó la ropa,
no tomó lo que le era necesario
para vivir esa mañana,
no tomó nada porque temblaba,
no tomó lo que los vecinos le ofrecieron,
lo que la familia, los amigos, los maestros,
los ángeles, los periódicos le dieron.
No lo tomó y los semáforos
rojo-amarillo-verde
rojo-amarillo-verde
y los coches
-calle, estacionamiento, calle, doble fila-
y las letras
-r, s, t-
y los calendarios
-marzo alcohólico, julio vacaciones, diciembre navideño-
nada reprocharon, nada reprochaban.
Y qué enfermiza mañana esa
en que el hombre tembló,
qué obsesión,
qué falla.
Todo era para él
como si las moléculas del polvo
se hubieran rebelado
y ahora el polvo fuera una sirena
manchada del vinagre
de los lobos.
Todo era para él
y él sólo temblaba
y él lo era para todo.