En su mar doliente,
atrapada de su cordura,
no alcanza a explotar así nomás.
La espontánea siempre tiene que hacer algo antes.
Va cargando ideas la iluminada.

Hay que decir de la pobre una defensa:
queda en su piel una ternura,
a veces su mirada exacta tiembla.

Recordémosla para ya olvidarla.
No nació: la desahogaron la
madre y el cuchillo como
un lloriqueo de novia abandonada.
Se estiró tanto que la encerraron
en la escuela. Le enseñaron a
formular palabras y así le mataron
el lenguaje.

Desde entonces sabe qué decir
y al silencio se anticipa.
En conclusión, los signos
le volaron la cabeza.
Mejor se hubiera desangrado,
pero pensó.
Mejor hubiera amado,
pero estaba sentada.

Hubiera muerto lógicamente
la que quería ordenar el caos
por las mañanas;
pero tres madrugadas,
en su insomnio,
la atrapada, fue
tres veces visitada.

La visitó el pobre,
la puta y el mentiroso a muerte.
¡Yo ya no sabía qué hacer con ella!
Pero -coraje- pudo amar y besar
a los primeros
y abominar al último.

Un día tenía que amanecer también para ella.
Calló que quedó hablada en el aire.
¡Milagro! Fue salvada o resignada,
quedó honesta.