Sí, a cada rato tengo un relajo y el sillón queda ocupado por libros y compras del súper y libretas y hojas y objetos dispersos, como un cristal donde he dibujado o he estado aprendiendo a dibujar; y la silla a menudo queda como depósito de pantalones y calzones y calcetines usados, lo que me avergüenza e intento ocultar; pero aún la gente siempre encuentra un rincón donde sentarse. Es curioso verlos entrar y pronto encontrar su sitio. Cuando está muy regado ellos mismos crean un orden, acomodan una cosa aquí y otra allá, y se sientan pues nadie puede estar parado mucho tiempo. Es curioso también cuando todo está impecable y limpio y sólo llegan y se sientan: es curioso que elijan cierto lugar y no otro, y el tiempo que tardan en llegar a él, y la postura corporal que asumen, y su mirada, y su manera de conversar conmigo (el tono de voz según la distancia; nuestras mentes derramándose en gestos y palabras y respiraciones). Soy consciente que es lo más normal o natural del mundo: una persona entra a tu casa y se sienta. Para mí es misterioso, a veces abrumador. Pero lo que quería confesarte es que cuando tú llegaste nunca creí que te disolvieras así de súbito. Sé que todos nos disolveremos, pero hasta donde yo creí se requería de sepultura. En cambio tú entraste y en vez de ir a ocupar tu lugar te quedaste callado. Y fue que me sentí obligado a decirte: "siéntate". Pero cuando volteé a verte porque no decías nada ya no estuviste, y de seguro no te habías ido por la puerta, bien cerrada. Desde entonces no dejo de presentirte, cerca mío. No eres menos intrigante que los demás visitantes, pero sin duda que has sido más impecable; disolverte así sin avisar.