Hay un aroma formidable de una planta cuyas hojas se sueltan con mayor facilidad que las hojas de muchas otras plantas. No son más grandes ni más coloridas, de hecho no lo son, pero la manera en que se dejan salir del tronco y la raíz, la manera que tienen de soltarse y de caer es única e incomparable. Casi se puede decir que detrás de ella hay una voluntad nacida para enseñar la belleza y después morir. Estas plantas saben muy bien morir, cautivan el aire toda la noche y perdura su intenso olor en las primeras horas de la mañana, luego el sol hará que transformen su conducta, su sereno y diario que-hacer de un tierno aroma que es como una gran música sin ningún sonido, como un gran color sin ninguna luz. Un tierno aroma que es un noble sentir, que es toda la vida. Particularmente en estos días el aroma perdura y uno piensa que tal vez la luna tiene relación con este fenómeno. Uno espera a que algún conocedor llegue a desmentirlo, pero por lo mientras ve. Mira que la luna, desde hace tres días, se cubre en el anochecer de un velo dorado y brilla con un encanto prodigioso que todos los que vivimos en la tierra, si somos sensibles, nos plegamos ante ella, nos causa una misteriosa fascinación que corre por nuestra sangre, por nuestras vidas, por nuestras ideas. Es un momento en que se engrandece, ha ocurrido poco antes del anochecer y este efecto dura como un par de horas. Luego se vuelve más pequeña, pero su círculo sigue brillante, aunque ahora plateado, blanco, sagrado. Y en vez de que concentre toda la energía en ella misma como lo hacía segundos antes al ser dorada, inmensa y única, ahora su energía se expande y se forma al rededor de ella un círculo como si la luna fuera una piedra arrojada al sereno lago de una noche que es amada. Entonces, si somos sensibles, podemos despedir con mayor facilidad nuestras mejores fragancias, como la de esa planta oscura y de hojas sueltas, podemos festejar el hecho de la existencia misma, el hecho de la frescura de una noche cuyo día fue terriblemente seco y caluroso, podemos reponernos del incendio invisible del sol que vivió y murió para dar paso a esta noche. Ser sensibles esta noche implica ver que el paso del sol jamás es olvidado aunque la oscuridad se filtre en la profundidad de todos los espacios, es ver que la luna ha sabido recibir su luz y se cubre no de velos sino de sencillez dorada, inmensa desnudez naranja, amarilla y poderosa. Creer que estamos siendo sensibles por hacer bien esta cosa o la otra, por ganar mucho dinero, hacer bien una práctica, crear una canción, cuidar nuestra familia, creer esto nos lleva a descuidar muchísimos eventos y sucesos de nuestras vidas, de nuestra responsabilidad. Creer que somos sensibles porque el que nos escucha ha sido seducido por nuestras palabras o teorías es dejar por completo de escuchar el llamado de esta noche, es dejar por completo de vivir esta inmensa noche. La sensibilidad se expresa al hacer cosas, el talento es hacerlas con el mayor rigor y la más grande pasión y decisión. Pero la sensibilidad nace, vive y muere en la creación primera y última. Ésta creación que opera en una región muy lejana a los hombres es sumamente delicada.
Ser sensibles en este momento y en todos los instantes que vendrán a continuación es volver a cuidar todos los aspectos de nuestra vida, no sólo los aspectos donde nos sentimos confortables o talentosos. Es observar la noche porque sencillamente está fuera, totalmente fuera de lo que pensamos que somos. Es dejar de pensar porque pensar como lo hacemos no deja ver lo que hay en esta noche.
La planta, el pez, el sol y la luna son sumamente perseverantes. Lo son sin haber dejado de ser sensibles y delicados. Lo más delicado de la vida es esto; es esto lo que genera eternidad en los detalles verdaderos de la vida.
9 de junio de 2009, Morelia, Michoacán.